3. Que mis motivos sean los correctos.
En Hechos 8:4-24, narra que después de la dispersión, cuando el evangelio empieza a difundirse, Felipe se va a Samaria y este hombre iba predicando, sanando a los enfermos, liberando a los cautivos, cosas extraordinarias, y la alegría era mucha, porque había un hombre ungido, para quien el Señor era el número uno en su vida, que estaba haciendo lo que Dios le había mandado a hacer y lo estaba sirviendo con todo su corazón, entonces las señales lo estaban siguiendo y había alegría en Samaria, pero apareció Simón, una persona a la que le gustaba ser el centro de la atención, era mago. Recibió a Jesús en su corazón, fue bautizado. Felipe seguía sanando, las señales seguían siguiéndolo, de manera que el apóstol Pedro y Juan se enteran y piensan que deben imponerles sus manos para que reciban al Espíritu Santo, pero entonces Simón les pregunta qué les debe dar, cuánto les debe pagar, para recibirlo también y yo pueda hacer eso que ustedes hacen; pero Pedro le dice “que tu dinero perezca contigo”, esto no se compra, lo para y le dice en el versículo 20: “Vete al infierno con todo y tu dinero y lo que Dios da como regalo, no se compra con dinero. Tú no tienes parte con nosotros, pues bien sabe Dios que tus intenciones no son buenas”.
¿Cuál es mi motivación de servir a Dios? ¿Para ganar fama, o porque debo hacer la voluntad de Dios? Tengo que hacerlo, con las intenciones y motivos correctos, es decir, que confiando en Él, podré hacer las señales, prodigios y cosas maravillosas que Él prometió, porque para eso fui llamado, no para buscar una posición o para ser alabado.
Para la época de navidad, en una ocasión, hubo una vigilia en la que una persona resultó con manifestaciones demoníacas; entre la congregación, había alguien evidentemente ególatra, y dijo “déjenmelo a mí” y empezó a orar por la persona, pero el endemoniado se volvió hacia él y le dijo: “no seas estúpido, un demonio no puede echar fuera a otro demonio”. Los motivos no eran los correctos, porque él quería que lo vieran. ¿Por qué esperar que el diablo nos humille? Debemos tener cuidado, porque hemos de hacer las señales y prodigios, porque Él me mandó a hacerlo, honrándolo.
Haciendo estas tres cosas, el día que el Señor vuelva, podremos entregarle buenas cuentas.