Marcos 10:46: “Entonces llegaron a Jericó y cuando salió de Jericó con sus discípulos, y una gran multitud un méndigo ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino”
Hay tres cosas importantes que deben resaltarse en este versículo:
- Ciego
- Sentado junto al camino
- Mendigando
Estas tres cosas son las que, como hijos de Dios, jamás debemos permitir que se den en nuestra vida espiritual. Dios nos ha escogido y llamado para realizar algo importante aquí en la tierra, y cuando se habla de ceguera es que no se tiene visión, no se tiene claro hacia dónde se va; cuando se habla de que está sentado junto al camino, es que no tiene una dirección clara hacia dónde se está dirigiendo y cuando la Biblia dice es que está mendigando, se refiere a que está pidiendo, pero es una forma de pedir con humillación, porque no es capaz de producir ni realizar algo para sobrevivir. En nuestra vida, como hijos de Dios, no podemos carecer de visión o del propósito claro de parte de Él para nuestra vida, no podemos estar sentados, perdiendo el tiempo y no tener un camino a dónde seguir a dónde conducirnos y mucho menos, mendigando. Dios nos ha prometido bendecirnos y darnos todo en abundancia; nosotros no vamos a carecer de nada, y si carecemos, es porque no le hemos creído a Él y porque tal vez no hemos hecho las cosas correctas.
Marcos 10:47: “Cuando oyó que era Jesús el Nazareno, comenzó a gritar y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”
Lo primero que hizo Bartimeo es oír; ustedes saben que la fe viene por el oír, y el oír, la Palabra de Dios. Bartimeo, inmediatamente después de oír que venía Jesús, empezó a gritar “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Esta oración puede dividirse así: En la primera parte, cuando Bartimeo le dice “Jesús, Hijo de David”, lo que está haciendo es reconociendo y confesando con su boca, el título honorable y respetable que tenía el Señor; en la segunda parte, “ten misericordia de mí”, le dice en otras palabras: sólo tú puedes sanarme y sólo tú puedes salvarme, porque la palabra misericordia es un atributo exclusivo de Dios para sanar y salvar. Esa frase es tan profunda, porque le da su lugar al Señor, y es importante que nosotros también lo hagamos.
Algo para hacer notar es que Bartimeo estaba gritando, estaba haciéndose escuchar, pero gritó las palabras correctas. Cuando nos dirijamos al Señor en oración, le podemos decir la frase que pronunció Bartimeo, confesando el título que a Él le corresponde. Por ejemplo, hay muchas personas que viven cargando con tristeza en su corazón, o con aflicción, amargura, o un problema que nadie sabe. De repente, un día, estando solo en casa, y oramos, diciendo: “Señor, ayúdame porque ya no aguanto, Señor, ayúdame porque no logro salir de esto”, pero Bartimeo nos enseña a venir delante de Él y decirle: “Señor, Mi Señor Jesucristo, el que diste tu vida por mí, ten misericordia de mí, porque ya no quiero estar triste, ya no quiero pasar escasez, porque ya no quiero orar por partes, sino quiero tener momentos de intimidad contigo, porque quiero hablar en lenguas, óyeme porque yo sé que me puedes usar para sanar a alguien” y las cosas van a empezar a cambiar, porque sabemos entonces cómo llegar al corazón de Dios.
Hasta este momento, no había pasado nada. Bartimeo gritó, pero leamos el siguiente versículo.
Marcos 10:48: “Y muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba mucho más”
Otras versiones dicen que muchos lo reprendían, reñían con él, pero él empezó a clamar y vuelve a decir “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Entonces Bartimeo, primero gritó, pero conforme más lo callaban y reñían, contendían y batallaban con él, en lugar de desanimarse y tal vez esperar otro día que pasara Jesús, clamó. Un detalle que llama la atención: fue la única vez que Jesús pasó por ese lugar.
Hay una gran diferencia entre gritar y clamar. La primera es por emoción, pero se clama cuando se expresa un sentimiento desde las entrañas, desde lo más profundo del ser. Bartimeo no se dio por vencido, porque en lugar de hacerle caso a las personas que le pedían que hiciera silencio, al nivel de clamor, le dice “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Hay cosas que seguramente el Señor aún no nos ha dado, pero que desea hacerlo, darnos una respuesta, nos ha puesto atención, pero debemos llevar nuestra petición a un nivel de clamor, y lo podemos hacer, aún sobreponiéndonos al desánimo de los demás.
¿Cuántos de nosotros hemos estado cargando con cosas del pasado, algún engaño, decepción, algún error, o tal vez con situaciones que nos estorban, aún por años? Porque es cierto que somos susceptibles de cometer errores, pero el diablo se aprovecha de estarnos recordando el pasado, pero hay una frase preciosa para salir de ese problema o de esa situación y es: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”, en nivel de clamor, ya no con actitud de duda o inseguridad, pues tenemos la autoridad de hijos para poder decirle al Señor “¡ten misericordia de mí!”, porque lo que le estamos diciendo es “sólo tú puedes”. No confiemos en personas, sino en el Señor. Confiemos ciegamente en el Señor, porque si nos ha prometido que nos sana, lo hará; si ha prometido que nos liberta, lo hará. No es posible que no estemos disfrutando de los beneficios de ser hijos de Dios. Cuando estemos enfrentando una situación difícil, veamos una oportunidad para ver la gloria de Dios; cuando nos equivocamos, sentimos un remordimiento en nuestro ser, es bueno, aún podemos salir de esa situación y debemos agradecerle a Dios el hecho de poder identificar las actitudes negativas que aún tenemos, para que sea Él quien nos ayude a cambiarlas.
Marcos 10:49: “Y Jesús se detuvo y dijo: Llamadle. Y llamaron al ciego diciendo: Anímate, levántate, que te llama”
Cabe resaltar que después que Bartimeo clamó, Jesús se detuvo; no lo hizo cuando empezó a gritar, sino cuando empezó a clamar. Ahora, imagínese el cuadro completo: Jesús se detiene y va sanando, pero este ciego lo logra detener. Seguramente había más gente con fe, pero el Señor se para y pide que lo llamen, y el que le lleva el mensaje, lo hace muy bien, pues le lleva un mensaje correcto y pronuncia unas palabras clave que nos servirán en nuestra vida: Anímate, levántate, te llama. Las palabras del mensajero le llegaron al corazón. Pero sucede algo más. Veamos.
Marcos 10:50: “Y arrojando su manto, se levantó de un salto, y fue a Jesús”.
Al principio, observamos a Bartimeo sentado junto al camino, mendigando y ciego, pero cuando el mensaje le llegó, tiró el manto, se puso de pie instantáneamente. El manto identificaba a las personas, tanto en el Antiguo Testamento, para acarrear cosas, taparse del frío, como en el Nuevo Testamento, en donde no se usaba para trabajar. Lo que primeramente hace el ciego es quitarse el manto, pero, ¿por qué? Porque era una vestidura exterior que lo identificaba como ciego. Luego cambia su posición, pues se pone de pie y después, toma una dirección, se dirigió hacia Jesús. Nosotros no podemos acercarnos a Él, con una vestidura que no nos va. Nosotros tenemos vestidura de hijos, somos gente santa, somos sacerdocio suyo, no podemos venir delante del Señor con una vestidura que no nos va, sino con la de Hijo, con la que es digno de que nos acerquemos; muchas veces nos acercamos con las vestiduras incorrectas y tal vez por eso, tal vez ya no lo sentimos ni sus señales nos han seguido, porque aunque por fuera nos veamos muy bien, debemos escudriñar qué llevamos dentro, ¿será lo más limpio, lo más santo y apartado para Dios, para disfrutar de su presencia, o nos seguimos acercando con una vestidura que no nos va? Vistámonos como Él es digno, no sólo físicamente, sino también en nuestros corazones, porque sabemos que Dios hará algo especial y que cambie las cosas que no sirven, pues si vamos a disfrutar del Señor, es en esta tierra, en este tiempo y tenemos que saber cómo acercarnos a Él. No nos acerquemos con la vestidura equivocada, Él siempre nos está esperando. Bartimeo tuvo que gritar y clamar, a nosotros, Él nos espera, pero nos hemos acercado con la vestidura incorrecta.
Bartimeo se acerca hacia donde estaba Jesús. Leamos el versículo siguiente.
Marcos 10:51: “Y dirigiéndose a él, Jesús le dijo: ¿Qué deseas que haga por ti?”
Es interesante ver cómo Jesús le pregunta qué desea, si era evidente que siendo Bartimeo un ciego, éste querría tener su vista. Pero, ¿por qué? Porque Dios nos da la oportunidad de que nosotros le digamos lo que queremos que Él haga, que cambie lo que no nos gusta. Es una pregunta poderosa y profunda la que el Señor le hizo a Bartimeo; cuando Dios nos hace esa pregunta, nosotros debemos pedirle que nos quite lo que no sirve, en todo sentido, y no aquello que nos interesa tener. Cuando Dios le pregunte ¿qué deseas? No le pidamos lo que nos interesa tener, primeramente, sino debemos rogarle porque nos quite las cosas malas de nuestro interior.
Marcos 10:52: “Y el ciego le respondió: Raboni, que recobre la vista”.
Si bien era una respuesta lógica, siendo Bartimeo ciego, obviamente le pediría su vista. Pero en este momento, no vuelve a decirle “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí”, sino que ahora utiliza la palabra “raboni” que sólo se utiliza dos veces en el Nuevo Testamento, que significa “Mi Gran Señor”. Entonces, cuando Bartimeo le responde a Jesús de tal manera que impacta su corazón, porque lo primero que le dice es “raboni”, dándole a entender que era su Maestro, su Rey, el Único. Y luego le pide que le devuelva la vista. A veces sólo nos dirigimos al Señor, pero sin reverencia alguna. Bartimeo le dijo “Mi gran Señor, mi Único, mi Rey, el Todopoderoso, el Gran Yo Soy”, pero nosotros nos seguimos acercando sólo con “Señor” o “Jesús”, de vez en cuando, sin darle el lugar que a Él le corresponde.
Bartimeo nos da una lección de cómo llegar al corazón del Señor. Le die “raboni”. Bartimeo aprovechó esa única vez que el Señor pasó por ese lugar. Debemos llegar a Su corazón y veremos la respuesta, la restauración de parte de Dios.
Marcos 10:52: “Entonces Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha sanado. Y al instante recobró la vista, y seguía por el camino”.
Al enviarlo, diciéndole “vete”, Jesús le hacía saber que Bartimeo ahora tenía una dirección, ahora estaba sano, libre de toda enfermedad, con una dirección, pues le seguía por el camino, y quien era Bartimeo antes, fue cambiado. Bartimeo recibió a Jesús como su único y suficiente Salvador, desde que oyó, pues empezó a creer, aunque no lo veía, lo escuchó y creyó que era Jesús, y desde allí, lo reconoció como El Rey, y estaba convencido que aprovecharía esa oportunidad y no desmayó, hasta que alcanzó su milagro, hasta que fue sano de su vista, hasta que Jesús le dijo “vete, ahora ya tienes una dirección” y Bartimeo siguió por el camino.
De la misma manera, podemos hacerlo nosotros. Expresémonos a Él, conforme lo sintamos en nuestro corazón. Es tiempo de creerle al Señor. Bartimeo nos da una lección de cómo acercarnos a Dios, pedirle, y Él siempre tendrá esa pregunta para nosotros, porque es Rey, es dueño de todo, puede contestar cualquier cosa y sanar cualquier cosa, pero su pregunta será esa: ¿Qué quieres que haga por ti?
¿Qué nos ha impedido servirle al Señor con libertad? ¿Un pensamiento, un dolor en el corazón, cosas del pasado? ¿Por qué reaccionamos inapropiadamente ante determinadas situaciones? Debemos tener un tiempo para pedirle al Señor qué es lo que queremos que Él haga, ya sea controlar nuestra lengua, controlar nuestro carácter. Dios nos pregunta ¿qué quieres que haga por ti?
Si queremos que más personas tengan un encuentro personal con el Señor, nosotros debemos ser diferentes y ser testimonio para ellos, deben ver algo diferente, cosas nuevas, diferentes a quienes éramos antes.