Hoy iniciaremos una serie que titulamos “Una Iglesia Saludable”; sé que entre nosotros hay gente que acaba de empezar en el camino del Señor, y otros que ya tienen años, pero hay momentos en que nos enfermamos, hay algo que nos afecta y ya no somos tan productivos, tan responsables, tan dedicados y tan apasionados para lo que Dios nos ha mandado a hacer.
Hechos 2:41-47 (NVI) Así, pues, los que recibieron su mensaje fueron bautizados, y aquel día se unieron a la iglesia unas tres mil personas. Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Todos estaban asombrados por los muchos prodigios y señales que realizaban los apóstoles. Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común: vendían sus propiedades y posesiones, y compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno. No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad, alabando a Dios y disfrutando de la estimación general del pueblo. Y cada día el Señor añadía al grupo los que iban siendo salvos.